El Nueva York de Guillermo Fesser

West Village

Hace unas semanas, asistí a una cena en la que Guillermo Fesser era el invitado. Durante la amena velada nos habló con su habitual tono cargado de humor y sentido común, de sus comienzos en la radio y de sus proyectos actuales, de su experiencia cómo periodista y algunas de las anécdotas vividas durante aquella época, y también, de su vida actual en el estado de Nueva York.

Del encuentro nació la oportunidad de hacerle esta entrevista. Quiero dárle las gracias otra vez por su cordialidad y colaboración desde el principio.

Nueva York, 27 de marzo de 2011

P. Los que viajan a Nueva York, raramente se plantean la idea de salir de Manhattan y visitar ciudades más pequeñas, que son más representativas de lo que es realmente América. Dáles alguna razón para irse, por ejemplo, a 100 millas de Manhattan.
R. La mayoría de los norteamericanos son de pueblo. La ciudad supone una anécdota dentro del estado de Nueva York: una extensión de bosques y lagos tan grande como la de los territorios de Andalucía, Cataluña y la Comunidad Valenciana. Merece la pena escaparse un día. De Penn Station parten los trenes de Amtrak hacia el norte. Hay que sacar ida y vuelta (round trip), con destino a Rhinecliff. El trayecto a lo largo del Hudson dura una hora cuarenta y resulta de una belleza sobrecogedora. El tren sale a la luz en Harlem, poco antes del majestuosos puente de Washington. Le siguen acantilados que se prolongan hasta Nyack, donde el río se transforma en lago. Desde la ventanilla se ve Sunnyside, la residencia del escritor Washington Irving. La prisión de Sing Sing. La academia militar de West Point. Y, en Beacon, la Fundación DIA. Luego se pasa por Newburgh, cuartel general de George Washington en la Guerra de Independencia. La residencia de Roosevelt y el apeadero de Rhinecliff. Un taxi te acerca en cinco minutos a Rhinebeck, un pueblo de casitas victorianas que parece la maqueta del tren eléctrico. Para comer hamburguesa en Foster´s; pizza en Gigi y sopa casera en Bread Alone. El libro para el tren de vuelta en Oblong books.

P. En tu caso, que vives en Rhinebeck, en el Estado de Nueva York, cuándo vienes a Manhattan, ¿Qué es lo que más te gusta hacer? ¿Cúal es tu rincón favorito de la ciudad?
R. De Manhattan lo que más me atrae es la gente. La ciudad se parece al bar de la Guerra de las Galaxias, donde siempre encuentras a alguien todavía más raro que tú. Por eso en Nueva York nadie se siente extranjero. Un paseo estupendo puede comenzar en Washington Square y bajar hacia el West Village. Sales por McDougal y, si te sientes exótico puedes probar la comida de Etiopía en el Meskerem. Si no, tiras un poco más y luego a la derecha por Bleeker, cruzando la Sexta Avenida. Si llevas poco dinero, una pizza en John´s, y si tienes motivo para celebrar y saldo en el banco, una ensalada de langosta en AOC. El paseo se puede hacer sin hambre. Las calles y las casitas merecen la pena.

P. Actualmente estás escribiendo una película sobre una historia real que tiene que ver con los nativos americanos, en la que se mezclan bisontes, un rancho en Texas y un proyecto de agricultura sostenible. Cuéntanos cómo has ido a parar ahí.
R.La historia de este rancho la conocí primero en una cena con amigos. Luego viajé a visitarlo y de ahí salió un reportaje para El Pais Semanal. Depués investigué más en profundidad y lo convertí en un capítulo del libro A Cien Millas de Manhattan. Y ahora lo voy a utilizar como escenario de una historia de ficción que escribo al alimón con Mark Burns, el guionista de «Casada con la Mafia». Lo que está ocurriendo en este pedazo de tierra pegado a la frontera con Mexico es un pequeño milagro ecológico que ha despertado el interés del Alto Panel para la Sostenibilidad de Naciones Unidas y que va a ser presentado en la cumbre del cambio climático como un ejemplo de cómo obtener beneficios de la naturaleza sin expoliarla.

P. Manhattan es una ciudad en la que lo ecológico ha ganado adeptos en los últimos años, y varios días a la semana, por ejemplo, se celebran Mercados de productos locales, cómo el Farm Market de Union Square. ¿Crees que esta tendencia es extrapolable a España?
R. La verdadera filosofía de lo ecológico no es nada más que el retorno al modo de vida que teníamos los humanos cuando el mundo estaba dividido en comarcas. La comarca es un lugar donde hay un mercado central y los habitantes de la comarca son todos aquellos que pueden ir y volver del mercado en el mismo día. Eso es ecología verdadera: comerse el paisaje. En Nueva York hay bastante buena intención que se mezcla con una ecología ficticia como, por ejemplo, comprar en el Whole Foods de Columbus Circle una lechuga orgánica cultivada en California. ¿La contaminación generada en el transporte y empaquetado no es más perniciosa que si se hubiese cultivado esa misma verdura con fertilizantes en Westchester county? En España, gracias a dios, todavía sigue coexistiendo la gran superficie con el comercio local. Especialmente en Cataluña, donde las comarcas aún siguen vigentes. Lo mejor que podemos hacer para ser ecológicos es fomentar la compra en los mercados de barrio. Esa es la intención que nos movió al grupo de gente que nos decidimos a salvar de la demolición el Mercado de San Miguel en Madrid. Una experiencia que, hoy, gente como Anthony Bourdain veneran y que está contagiando a otras iniciativas similares.

P. ¿Cómo has vivido el choque cultural, en términos de gastronomía, entre nuestro país y Estados Unidos? Sin duda, tendrás alguna anécdota que podrás compartir.
R. Si existe algún estereotipo de norteamericano es, precisamente, que no existe estereotipo. Aquí, depende de donde caigas, tu vecino puede ser de Irán, de Puerto Rico o del Tibet. Así que las posibilidades gastronómicas, y esto es una grandeza de la ciudad de Nueva York, resultan infinitas y, encima, si sabes a donde ir, bastante asequibles. Yo tengo la suerte de vivir cerca del Instituto Culinario de América, el Cordon Bleu norteamericano y, por esta influencia,muchos de mis amigos cocinan o les gusta explorar platos. Es cierto que en la ciudad mucha gente no tiene tiempo de cocinar, pero también es cierto que el norteamericano por regla general está más abierto que la media a probar nuevas cosas: picantes, raras o exóticas. Por eso da gusto hacerles una paellita; porque, te salga como te salga, son siempre muy agradecidos. El problema es que aquí la gente trabaja demasiadas horas y no tiene tiempo para cocinar. Pero poco a poco van progresando. En los últimos veinte años han incorporado el vino a su mesa (antes sólo bebían cerveza y algunas señoras chardonay blanco) y ahora estamos asistiendo al desembarco general del aceite de oliva en las cocinas. Aconsejo a la gente que vaya a visitar el Culinary en Hyde Park. Es como un parque temático, con todos los alumnos disfrazados de cocineros. Se pueden ver las clases a través de escaparates y se come de maravilla.

P. Finalmente, me gustaría que nos dijeras cuál es tu restaurante favorito de Nueva York.
R. ¿Comer más? Ha salido una entrevista perfecta para el canal cocina. Si es la primera vez que alguien cae en NY y no tiene tiempo para probar más de uno, yo elegiría Keens en la West 36. Es una taberna muy antigua y tiene el saborcito del NY de siempre. Y es una steakhouse; o sea que la carne, que es lo bueno a este lado del Atlántico, está estupenda. Claro que un gin and tonic con media docena de ostras de Cape Cod tampoco te digo yo que…

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3 opiniones en “El Nueva York de Guillermo Fesser”

  1. Miguel, celebro que te haya gustado. El tema del precio sigue siendo un handicap efectivamente, aunque las diferencias son sustanciales.
    Un beso,

    Rafael, muchas gracias. Creo que es un personaje interesante, con una visión muy clara de las cosas.

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